domingo, 29 de septiembre de 2013

El Mar de los Monstruos


Escila y Caribdis

Fig.1: Posición de Caribdis y Escila

Con frecuencia, débiles barcos desaparecían en el estrecho de Mesina, que separa Italia de Sicilia , sorbidos en un cegador remolino o destrozados sobre las rocas ocultas por la niebla. Los marinos creían que en aquellas aguas vivían dos monstruos hambrientos: Escila y Caribdis (fig.1). 

Resultaba difícil decidir cuál era peor: el remolino de Caribdis se bebía golfos enteros tres veces diarias, y barcos y hombres eran arrastrados a sus insaciables fauces. La rocosa Escila tenía seis cabezas, y sus dientes eran lo bastante fuertes para triturar el casco de cualquier embarcación.


Caribdis era tan viejo que nadie recordaba cómo había llegado a ser el terror de aquellos mares. Pero los marinos conocían la triste historia de Escila, que no siempre había sido un mostruo.


En otros tiempos, Escila era una hermosa doncella, llena de dulzura, que jugaba alegremente en la playa. Un dios del mar llamado Glauco la observó una vez, sentada sobre una caleta, lavándose los bellos pies en las cristalinas aguas. Después de haber admirado su belleza desde lejos, nadó hasta ella y le habló con palabras lisonjeras.
Pero Escila no quiso escucharlo. Le causaba temor la gran cola de pez del dios y sentía aversión por su cabello lleno de cizañas. Este dios era bastante vanidoso y le molestaba bastante que le ignoraran. Así que, empleando la magia, decidió obligar a la doncella a amarlo. En una isla no lejana vivía una hechicera, Circe, que se había mostrado siempre cordial con Glauco. Era tan poderosa que un toque de su varita mágica convertía a los hombres en cerdos, y el dios pensó que Circe podría darle un hechizo suficientemente fuerte para conquistar el corazón de Escila. Lo que ignoraba Glauco era que la propia Circe estaba enamorada de él y que no tenía intenciones de permitir, de manera alguna, que Escila llegara a ser su esposa.

Por fin, la hechicera le dio un brebaje mágico, prometiéndole que, si seguía sus indicaciones, Escila cedería sin duda a su seducción. De acuerdo con las instrucciones de Circe, Glauco vertió todo el contenido de su frasco mágico en la caleta donde acostumbraba a nadar la tímida doncella. Poco después, Escila entró corriendo al agua y, como no sospechaba peligro alguno, avanzó vadeando la caleta.

De pronto, la rodeó una jauría de perros que mostraban dientes amenazadores. Al principìo, gritó de terror y trató de repelerlos con las manos, pero entonces descubrió que aquellos repulsivos seres habían brotado de su propia cintura. Sus gritos de terror se volvieron en 
sonoros bramidos, mientras su cuerpo de bella muchacha se convertía en el de un repulsivo animal de seis cabezas. Desde luego, cuando Glauco vio esta transformación, la abandonó. Con el tiempo, la pobre Escila se convirtió en el animal salvaje cuyo medio de vida consistía en devorar a los marineros que arrancaba de las cubiertas de los barcos de paso.

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